UNA RÁFAGA DE AIRE FRESCO
30/08/2024
El otro día, por error, conecté con TV3, aquella cadena que tiempo atrás había sido pública y lleva ya algunos años privatizada, primero por los “junqueristas” y ahora por la delegación de ventas del PSOE en Catalunya. Estaban transmitiendo una rueda de prensa con una señora, que luego me enteré que era la portavoz del gobierno del triste señor Illa, que desde hace poco preside la gestoría de la plaça de Sant Jaume. No presté atención al discurso, pero me pareció que tenía un mood desangelado, propio de quien está ejerciendo un oficio en el que no se siente cómodo. La señora en cuestión –de apellido Paneque– forma parte de un gobierno que parece transitar de velatorio en velatorio. No se lo tienen que tomar todo tan a pecho. No se debe dramatizar.
En cualquier caso emigré rápidamente y conecté con Deutsche Welle, una cadena pública alemana que en aquel momento emitía en inglés. Estaban informando sobre las próximas elecciones en tres lands alemanes del sector oriental: Turingia, Sajonia y Brandenburg. Me pareció interesante el tema y me puse a trabajar en ello.
Cuando se habla de la reunificación alemana, se oculta que fue una fusión por absorción. Las élites de la Alemania Occidental se hicieron con el poder y los recursos de la Alemania Oriental. Por eso los ciudadanos de esta parte de Alemania siempre se han sentido ciudadanos de segunda y muchos de ellos, sobre todo los de mayor edad, sienten nostalgia de su vida en el Régimen comunista anterior. Saben que son “los otros”.
La Alemania reunificada (gracias a las buenas maneras y a la ingenuidad de Gorbachov) fue diseñada políticamente para que el poder se repartiera entre dos partidos del establishment (la coalición CDU-CSU y el partido Socialista), dos partidos centristas con diferencias formales pero muy similares en el fondo ideológico. Esta fórmula, que es la que conviene a los lobbies, ha funcionado en toda Europa, aunque últimamente le están saliendo algunos granos que pueden derivar en sarpullido.
En Alemania hubo unos primeros granos (los verdes, los liberales) que fueron tratados rápidamente con generosos “ungüentos” y bajaron sus banderas para acomodarse al bloque. Un ejemplo de este acomodo es que los políticos más beligerantes en el tema de Ucrania proceden de los “verdes”, un partido que antes vendía “pacifismo” a granel y ahora defiende un aumento continuado del presupuesto de Defensa. Otro grano, este pequeño pero incordiante, se produjo hace años cuando Oskar Lafontaine, un líder socialdemócrata carismático que ocupó altos cargos en la Administración federal y fue ministro de Finanzas del gobierno Schröder, abandonó el partido y acabó liderando un nuevo partido (Die Linke) situado a la izquierda del espectro. Die Linke arrastró a una minoría de militantes socialistas para transformarse en un partido de cuadros. Lafontaine era escuchado y resultaba incómodo. Crítico de la OTAN y de su influencia en la política alemana. Contrario al capitalismo financiero y partidario de un control migratorio severo, hecho por lo que fue etiquetado rápidamente de “fascista” por los medios afines al gobierno (casi todos). Apuntaba con acierto que Alemania se había convertido en un vasallo de Estados Unidos. Ya semi-retirado, parecía que su voz se había apagado, pero alguien más adelante, como veremos, tomaría su testigo.
En el ínterin fue creciendo un partido genuinamente alemán, en el sentido nacionalista del término, nacido de una nostalgia próxima a un nazismo idealizado, sin campos de exterminio (AfD, Alternative für Deutschland). Fundado en el 2013, como un spin-off no querido del partido cristianodemócrata (CDU), ha recogido las tesis más extremas de su partido madre y las ha sabido propagar entre la población. Algo así como el surgimiento de VOX del alma del PP, pero sin la cutrez que rodea todo lo español. Destacan su euroescepticismo y su firme oposición a la actual política migratoria de puertas abiertas, sobre todo a la que procede de países de cultura islámica. Liberales en lo económico y conservadores en lo social y en lo político. En once años han ido tomando representación política en todos los lands alemanes y en la actualidad son el segundo partido más popular de Alemania, después de la CDU.
Tras la desaparición pública de Angela Merkel, Alemania ha caído en todos los ámbitos. En lo social, en lo político y sobre todo en lo económico. Una parte importante de la población considera que la responsabilidad de todo ello recae en los partidos tradicionales y en la baja calidad de sus líderes. Probablemente tienen razón. La mayoría no pasan del suficiente mínimo, situación que ya resulta conveniente para los intereses del lobby de Washington. Alemania es un país cuyos ciudadanos comparten una mente racional y ordenada, y por mucho que les vendan películas “made in Hollywood” sobre la autoría terrorista que dinamitó los Nord Stream, saben que si pagan una energía mucho más cara es porque sus “aliados” americanos rompieron el pacto energético sellado entre la señora Merkel y el señor Putin. Y lo hicieron valiéndose de una serie de mercenarios a sueldo, con la ayuda silenciosa de algunos países del entorno. La misma racionalidad les lleva a preguntarse qué hacen, después de casi ochenta años, las 119 bases militares del ejército estadounidense en su país.
No es de extrañar que AfD, que actúa como voz crítica del establishment, siga prosperando. No todo son cantos patrióticos al estilo “Deutschland über alles”. Será por ello que en las próximas elecciones en los lands de Turingia, Sajonia y Brandenburg (de la zona oriental de Alemania) se espera un claro triunfo de este partido. Algunos políticos regionales de la CDU se han dado cuenta de lo que estaba ocurriendo y han tratado de compartir públicamente algunas líneas políticas de AfD, pero lo han hecho tarde. A los socialistas no se les espera; serán barridos por incompetentes. Pero la AfD necesitará el apoyo de terceros para gobernar. Y aquí vuelven a aparecer las huellas de Oskar Lafontaine.
Y el testigo de su credo ideológico (una izquierda crítica desacomplejada) lo ha tomado su mujer (Sarah Wagenknecht), veintiséis años más joven que él, con quien contrajo matrimonio hace diez años.
Wagenknecht nació en Alemania Oriental en 1969 y desde muy joven se comprometió políticamente. Con una buena formación académica, es por encima de todo una líder nata orientada a la acción. Pasó por varias agrupaciones políticas y acabó en Die Linke, el partido fundado, entre otros, por su pareja. Ha sido miembro del Parlamento europeo y del Bundestag alemán (la cámara parlamentaria). Tenía su propia línea política dentro del partido, que no siempre coincidía con la posición dominante. Al final se cansó del que ella consideraba un partido anquilosado y el pasado año se separó de Die Linke y creó su propia marca (BSW / Bündnis Sara Wagenknecht), que sería la “alianza S.W.”.
Algunos militantes la siguieron, y más tarde también lo hizo su marido. Todo esto podría ser una anécdota sino fuera porque Sara Wagenknecht ha cogido en poco tiempo un protagonismo inusitado por su propuesta de un “conservadurismo de izquierdas”, que una lectura simplista puede considerar un oxímoron, pero que no lo es. Está harta de ese izquierdismo de clase media alta, bien situado económica y socialmente, que vende la ecología como principio moral, sin importarle la desindustrialización de su país ni las condiciones de trabajo y las rentas de los trabajadores de a pie. Está harta de la lectura sesgada del conflicto de Ucrania, que solo sirve para incrementar la producción y venta de armamento en detrimento de los gastos sociales. Está harta de la política de “puertas abiertas”, con una inmigración incontrolada que no se puede gestionar y solo ha servido para bajar los salarios de la mano de obra menos favorecida. Interpreta que el mantenimiento del “Estado del Bienestar” requiere un cierto grado de homogeneidad social que se está perdiendo. Dice que si no hay una conexión entre los que reciben los beneficios sociales y los que los pagan, se produce un inevitable rechazo. Que leyes como “promover el cambio de género” hace de padres e hijos conejillos de indias de una ideología débil y poco estudiada. Está harta de la corriente dominante del establishment (cristiano demócrata y socialista), que impone sus creencias y las transforma en un dogma. Considera que la izquierda oficial ha cedido los valores de “la tradición, la estabilidad y la seguridad” a la derecha y que esto se puede defender luchando al mismo tiempo contra la creciente desigualdad. Buena parte del pueblo alemán – añade – está frustrado e indignado ante la posición arrogante de los políticos. Hay rabia y desesperanza.
Cree que su nuevo partido cubre un buen espacio socio-político, que incorpora a un electorado progresista que antes votaba Die Linke, gente socialmente conservadora, que se siente incómoda con el tema migratorio, que les duelen las humillaciones de su gobierno ante Washington y la OTAN y que no comparte el ideario de la AfD. Capitaliza además el sentimiento pro-ruso de la antigua Alemania Oriental.
Veremos que ocurre en Sajonia, Turingia y Brandenburg, pero si BSW alcanza el 15%, tendrá la llave de la gobernabilidad en los tres lands, apoyando y condicionando el voto mayoritario de AfD. Se aproxima un terremoto político. Ojalá ocurra.
He seguido durante un rato una conferencia que Sarah dio en el Institute for Cultural Diplomacy en Berlín. Ha sido una ráfaga de aire fresco, potente, bien construido, mejor referenciado. Como contraste me he acordado de la señora Paneque. Qué pena. Con esta gente no vamos a ninguna parte que no sea al tanatorio.