
La película “Amal” no es para quienes buscan una dosis de buenismo cinematográfico. Esta obra dirigida por el marroquí afincado en Bélgica Jawad Rhalib, especialista en documental, no se esconde detrás de ningún discurso acomodado o de medio pelo. Aquí, los protagonistas no son héroes de manual, ni las soluciones que se plantean llegan envueltas en lazos de colores. “Amal” es un puñetazo directo a las conciencias que a menudo miran hacia otro lado o practican la hipocresía.
La película orbita en torno a la prodigiosa interpretación protagonista de Lubna Azabal, una profesora de literatura francesa en un instituto de Bruselas. Ella, que es musulmana y laica, comprueba cómo el fanatismo religioso penetra en su centro y en su entorno. El conflicto estalla cuando Monia, una adolescente aparentemente lesbiana, es brutalmente asediada por sus compañeros de clase, seguidores radicalizados por el salafismo.Desde el primer plano, la película nos lanza directamente a una realidad brutal e incómoda: el rechazo visceral hacia la homosexualidad en ciertos círculos religiosos. Pero ésta no será una clase magistral de tolerancia y diálogo interreligioso; no, aquí “Amal” se planta con firmeza y clama que “Alá no tiene ni voz ni voto” en el aula.
Se utiliza una estética de cámara al hombro con un estilo que recuerda a los hermanos Dardenne, pero añadiendo una tensión que nos mantiene enganchados a la butaca. Este enfoque combina el realismo desnudo con momentos de intensidad que corta el aliento. Las diferentes escenas bien encadenadas y cuidadosamente trabajadas, aportan un dinamismo visual que subraya la crudeza del relato.
Pero, ¿qué hace que la película sea una obra tan impactante? Su valentía por señalar con el dedo, sin miedo, hacia los responsables del sectarismo intransigente. En tiempos donde la corrección política a menudo limita las narrativas, “Amal” rompe con estos moldes y se adentra en las aguas turbias del debate religioso, social y cultural. Aquí no hay sitio para soluciones fáciles ni para discursos apaciguadores.
El desenlace, inesperado y desgarrador, es la guinda de un pastel que nos deja con más preguntas que respuestas, pero también con la sensación y el privilegio de haber asistido a una auténtica lección de coraje cinematográfico. Porque “Amal” no sólo nos cuenta una historia; nos sacude, nos hace reflexionar y, sobre todo, nos recuerda la urgente necesidad de más voces como la de Jawad Rhalib.
Esta película que no debe verse con el ánimo de ligero entretenimiento, sino con la voluntad de comprenderla mejor, por mucho que esto nos incomode. Regálese un viaje intenso e incómodo que despierta conciencias para combatir fanatismos radicalizados de cualquier tendencia. (8)

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