LA MULTIPOLARIDAD
18/10/2024
Hay una tendencia natural a referirse a los países como si fueran un todo bien compactado que goza de opinión propia y actúa en consecuencia. Por eso se dice que Estados Unidos apoya a Israel en el conflicto de Oriente Medio o que el Reino Unido proporciona tecnología militar a Ucrania. Y todo esto es un disparate porque no responde a la realidad. Son las élites que controlan el poder las que deciden sobre cualquier cosa, sin que el ciudadano medio del país sepa que está ocurriendo. Las élites, que dominan también el relato a través de los medios de comunicación, cuentan al pueblo llano lo que les conviene y así los tienen entretenidos.
Por eso declarar que Estados Unidos lleva treinta y cinco años (desde la caída del muro de Berlín y el final de la utopía soviética) como único poder hegemónico en el mundo y casi un siglo (desde el final de la I Guerra Mundial) como el último responsable del orden en el mundo occidental, no es correcto. Lo que sí es cierto es que en los períodos históricos citados las élites del coloso del norte han constituido sólidos bloques de poder formados por el Pentágono (la fuerza militar), las multinacionales (con un mayor peso en la actualidad hacia las TIC’s), los grandes grupos financieros (con la banca en la sombra) y los “fabricantes de ideas” (con la persistencia de la ideología Neocon).
Y estos bloques andan preocupados porque ven que su modelo lleva años en proceso de deterioro y están surgiendo otros proyectos con voluntad de ser una alternativa.
En el escaparate tenemos la guerra de Ucrania (que no empezó en el 2022 sino en 1994, cuando Bill Clinton y John Major tendieron una trampa a Boris Yeltsin en el denominado “Memorándum de Budapest”) y el conflicto de Oriente Medio, que se mantiene vivo desde hace más de setenta años porque a las élites norteamericanas les interesa asegurar las fuentes de combustibles fósiles de la zona y el Estado de Israel actúa como su portaviones personal, lo que explica su grado de implicación. Un tercer espectáculo, al que se le presta menos atención mediática, es el existente en los mares del sur de China, donde otro portaviones yanqui (la isla de Taiwán) actúa como “vigilante de noche” de su poderoso vecino la República Popular China.
Esta dispersión de recursos militares a cargo del contribuyente (no sólo del norteamericano sino también del perteneciente a todos los países de su influencia) se aguanta en la medida en que el dólar continúa liderando las transacciones internacionales y ellos pueden seguir imprimiendo papel, sin que les importe el tamaño de su déficit comercial ni su aparatosa deuda pública.
Pero ya hemos apuntado que todo esto tiene fecha de caducidad, a no ser que esas élites cambien radicalmente sus propósitos hegemónicos, escenario poco probable.
Porque estos días todos los medios de comunicación (que construyen un estado de opinión falseado) están centrados en las próximas elecciones norteamericanas del 5 de noviembre, donde los electores (con un 35% de abstención media) decidirán entre los candidatos Harris o Trump. Gane quien gane, no habrá a corto plazo diferencias significativas para los no norteamericanos. Y esto es muy atípico porque hasta hace poco tiempo un estornudo en Washington generaba resfriados en el resto del mundo.
Y la razón de este distanciamiento es que las élites de los países del “Sur Global” están más interesados en lo que pueda ocurrir en Kazán (ciudad rusa) en la que los BRICS celebrarán del 22 al 24 de octubre su reunión anual, en esta ocasión para tomar decisiones operativas con el propósito de desdolarizar y deseurolizar los pagos entre ellos. Y esto cuando suceda cuestionará el orden económico mundial.
Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) nacieron hacia finales de la primera década de este siglo para defender sus intereses económicos frente al poder hegemónico de las élites norteamericanas. Antes habían tratado de negociar un reparto más equitativo de ese poder en las grandes instituciones internacionales (el FMI, el Banco Mundial, la OTC, etc.), pero no se les hizo caso. Incluso cuando Dominique Strauss-Kahn, buen economista, tomó las riendas del FMI en el 2007 y trató de aceptar las demandas de aquel grupo, le tendieron una trampa conociendo su “sesgo tetosterónico” y le cortaron el paso. Los grandes medios, como es habitual, se dedicaron a describir los detalles de una historia de sexo vulgar sin reconocer su labor profesional de gran calado, tras la desgraciada etapa del mediocre Rodrigo Rato al frente del FMI.
Y los BRICS se abrieron paso. Unos pocos datos nos situarán. Cuando acabó la II Guerra Mundial (1946) Estados Unidos suponía el 50% del PIB mundial. En la actualidad la cifra es el 25%. China, en proceso ascendente, contribuye con el 20%. Y los BRICS en su conjunto el 38%. Su PIB es superior al del G7, constituido por Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania, Italia, Francia y Canadá. En términos poblacionales son el 46% del mundo y producen, por poner un ejemplo, el 70% del petróleo. El éxito de los BRICS es que hay lista de espera para ser aceptados como miembros o como asociados (unos veintidós países). Entre las incorporaciones recientes están Irán (atención a este hecho), Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos. Los BRICS no solo quieren romper el monopolio económico sino también el cultural.
En el campo económico-monetario se pretende que los intercambios comerciales entre los países miembros se hagan en las monedas nacionales de cada país. Pero como las monedas fluctúan, se tendrá que encontrar una fórmula similar a los “derechos especiales de giro”, un activo de reserva internacional que es utilizado como unidad de cuenta, cuyo valor se basa en una cesta de cinco monedas: el dólar americano, la libra esterlina, el euro, el reminbi chino y el yen japonés).
Hasta ahora las élites de los países de la órbita norteamericana se han aprovechado de la denominada “renta tecnológica”, pues en términos de patentes acumuladas y en vigor disponen de un gran arsenal de explotación. Pero también aquí hay un cambio radical de tendencia. Ya en 2018 el 60% de las patentes mundiales registradas aquel año eran chinas y solo el 13% norteamericanas. Tengamos en cuenta que en la República Popular China se gradúan cada año un millón y medio de ingenieros y en Estados Unidos doscientos mil.
Y quizás lo más importante es que los BRICS han empezado a explotar la descrita como “renta de primeras materias” (gas, petróleo, alimentación básica, metales preciosos, tierras raras, etc.) y esta renta (como se ha demostrado en el caso del gas europeo, fracaso ganado a pulso por sus propios gobiernos sometidos a la dictadura de Washington) ha dado ya sus frutos. Un subproducto de todo ello es la desindustrialización de Alemania y su permanente estado en recesión.
El problema de fondo es que si las élites norteamericanas no ceden y se enfrentan a los hechos, no hay otra opción que la guerra y ésta será nuclear y definitiva. Signos de este escenario son las continuas provocaciones para que Irán entre en conflicto serio o para que el gobierno títere de Ucrania pueda utilizar los misiles de largo alcance contra territorio ruso, un país que posee más cabezas nucleares que cualquier otro. Y es que el pensamiento Neocon sigue dominando la esfera ideológica del mundo occidental. Que las ideas de Kristol, Perle, Wolfowitz, Bolton, Cheney y otros perduran y se expanden por todas partes. Y su idea básica es imponer por la fuerza el modelo “made in USA” en todo el mundo para mantener su hegemonía. Fijémonos, por ejemplo, en la Comisión Europea o en el Parlamento Europeo, un parlamento de necios e insensatos que dio una aprobación mayoritaria (aunque en la práctica no signifique nada) para que el ejército ucrainés utilizara las bombas citadas.
La situación es compleja y puede parecer catastrófica, pero es realista y se atiende a los hechos. Hace ya muchos años que un grupo de científicos atómicos (la mayoría norteamericanos) crearon el llamado “Doomsday Clock” (el “reloj del fin del mundo”), en el que cruzando varios parámetros fijaban la distancia temporal teórica a un Armageddon nuclear. En 1947 (inicio de la “guerra fría”) la distancia era de 7 minutos. A primeros de los noventa (tras la desaparición de la Unión Soviética) aumentó a 17 minutos. En el 2015 (con los resultados añadidos del cambio climático) era de 3 minutos. En la actualidad es de 90 segundos.
Quien no acepte la multipolaridad cometerá un suicidio. Quizás ha llegado la hora de que tomemos el pulso al mundo. Estamos en manos de una gente sin escrúpulos. Crazy people. Malditos sean.