DAS VIERTE REICH
15/09/2025
Y es que tras el hundimiento del Tercer Reich, la nostalgia de la supuesta grandeza perdida puede conducir a los alemanes a un Cuarto Reich, en este caso más light pero igual de funesto. Si se hubieran cultivado un poco y hubieran leído a Marx, sabrían que al comienzo de su libro “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” Marx señala con lucidez que “La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.
Y a esto se encaminan, porque sus élites, liderando al grupo de irresponsables políticos de un Occidente en caída libre, creen no tener otra salida a su fracaso económico que rearmarse para una supuesta guerra con las huestes bárbaras procedentes del Este.
Si tuvieran una mínima capacidad de autoanálisis tendrían que reconocer que ha sido precisamente el Estado alemán el que ha intentado en varias ocasiones ampliar su espacio político y que la “pérfida” Rusia no ha hecho más que defenderse, aun a costa de un gran sacrificio humano.
El problema de fondo de Alemania es que hace ya tiempo que dejó de ser la gran fábrica de Europa. Había sido un país con una gran base industrial, tecnología punta, mano de obra cualificada y un buen índice de productividad. Un país que obtenía grandes superávits comerciales exportando a todo el mundo. En los sesenta y setenta del siglo pasado, los trabajos de menor valor añadido eran hechos por millones de ciudadanos griegos, italianos y españoles, que huían de la miseria de sus países de origen. Era un proceso de toma y daca que permitía a estos últimos enviar remesas monetarias a sus familias, aliviando así las cuentas públicas de sus países. Era un flujo migratorio de ida y vuelta, con pequeñas excepciones. El famoso “milagro alemán” funcionó en aquel contexto, pero no podía tener continuidad.
Más tarde las grandes empresas alemanas se apuntaron pronto a la globalización y empezaron a externalizar todo aquello que consideraban no nuclear. Hicieron lo propio los empresarios europeos y americanos. La cosa también funcionó durante un tiempo, hasta que la crisis económico-financiera del 2007-2008 puso patas arriba aquel frágil modelo. Luego vino la pandemia y remató la faena. Todo el bloque occidental empezó a ser cuestionado por el resto del mundo, tanto en términos económicos como políticos y sociales. Volvieron a aflorar las huellas de un colonialismo salvaje que había explotado la riqueza personal y humana de todos los países a su alcance.
A pesar de todo y durante bastante tiempo, la industria alemana pudo resistir gracias a contar con una energía a un precio muy competitivo. Rusia les facilitaba el gas de forma directa y para ello había creado una poderosa y moderna infraestructura, en la que el capital alemán también había participado en una estrategia “win-win”. Era un acuerdo comercial no escrito que funcionaba: Rusia vendía recursos naturales a cambio de productos manufacturados alemanes.
Pero la política invadió el espacio económico y cuando el gobierno ruso presionó militarmente al gobierno ucraniano, después de haber sido ninguneado por los sucesivos gobiernos estadounidenses desde 1991 respecto a los movimientos de la OTAN hacia el Este, el gobierno alemán se sometió a las órdenes emitidas por Washington, ratificadas más tarde por sus vasallos de la Unión Europea.
De forma grosera –como más tarde se demostró– dinamitaron la infraestructura gasística (con el apoyo de los “servicios de inteligencia” americanos y británicos) y –siguiendo el guion- empezaron a practicar una política de sanciones a Rusia, congelando además activos de particulares y del Banco Central Ruso. En términos operativos esto significó dos cosas para Alemania: que se le disparara la factura del gas (componente esencial en los procesos de transformación) y que perdiera el mercado ruso para sus exportaciones. Un mal negocio en el que el sujeto principal (el pueblo alemán) salió muy perjudicado, con la colaboración activa de la mayoría de sus políticos.
Alemania, como ya hemos recalcado, es un país eminentemente industrial y esa industria va perdiendo peso desde 2023. Ese año su PIB se contrajo un 0,3% y en el 2024 un 0,2%. En términos simplemente industriales la producción cayó un 4,8% en el 2024, siguiendo la tendencia de años anteriores. La inversión está estancada y se siguen recortando empleos. Algunas grandes empresas han trasladado sus plantas a Estados Unidos, acogiéndose a importantes beneficios fiscales de los gobiernos demócrata y republicano. El alemán medio no sale de su asombro. Ve que en el día a día la vida resulta más difícil. Y en este contexto los medios de comunicación convencionales siguen contándoles el cuento de la “futura invasión rusa” que va más allá de la paranoia estructural.
Este cuento, que se repite en todo Occidente, trata de justificar un cambio en la orientación presupuestaria. Como hay que prepararse para la invasión, se han de suprimir ciertas partidas y favorecer otras. Por eso el canciller Merz, después de presionar a todo el arco parlamentario para romper el límite de la Deuda Pública (algo sagrado en Alemania, después de lo sucedido durante la República de Weimar –años 30-), ha puesto la directa cuestionando los “excesos” del Estado del Bienestar. Es la vieja historia de primar los cañones sobre la mantequilla. Hay que rearmarse y alguien lo tiene que pagar. Las compras se han de hacer sobre todo a los proveedores americanos, hasta alcanzar la imaginativa cifra del 5% del PIB. Hay que volver al servicio militar obligatorio, aunque debe hacerse de forma gradual y tan silenciosamente como se pueda.
Así y todo, y gracias a lo acumulado en los largos años de bonanza, Alemania es el segundo país menos endeudado de la Unión Europea (después de los Países Bajos) con solo un 62% de su PIB, un PIB de 4,6 billones de euros. Esta última cifra nos permite estimar el coste definitivo del “rearme alemán” (unos 240.000 millones de euros cada año).
“Crazy people”. Están absolutamente locos.
Me viene a la cabeza un recuerdo de nuestra primera adolescencia. El primo hermano de un miembro de nuestro pequeño grupo de amigos tenía problemas serios de asma y su familia lo trasladó una larga temporada a una población de la Selva Negra en Alemania. Al regresar nos reunimos con él para conocer de viva voz sus experiencias. No nos hizo mucho caso; era mayor que nosotros. Pero sí dijo una cosa que me quedó grabada: “Cuando un alemán se pone una gorra deja de ser un civil. Se militariza socialmente”. No es a Rusia a quien tenemos que temer. No tienen ningún interés por Occidente. Consideran que es un territorio decadente con más pasivos que activos. A quien debemos temer es a ese conjunto de mediocres personajes que en este momento ocupan el frente político de los principales países de Occidente (la “pandilla de la guerra”) personajes que liderados por una élite alemana frustrada pueden generar un “Cuarto Reich”, probablemente más light que el anterior (lo tienen fácil), pero igual de siniestro.
Siguen inventándose episodios de “falsa bandera” (se autolesionan y luego culpan a terceros), como los drones de Polonia y Rumania que probablemente han lanzado ellos mismos o son irrelevantes y normales en zonas fronterizas. Hasta ahora sus provocaciones han servido de poco. Suerte tenemos que el presidente Putin es un hombre de Estado que controla bien sus emociones y sabe que cuenta con el apoyo mayoritario de su pueblo.
Suerte tenemos que la Federación Rusa tiene capacidades para disuadir nuclearmente a cualquiera (incluido Estados Unidos) y esto nos debería tranquilizar. Hay que hacer lo imposible para echar a esta gente de sus plataformas políticas y buscar fórmulas de compromiso que aseguren una paz estable. Si no lo hacemos corremos el riesgo de que el aparato militar actúe centrípetamente y ejerza la violencia sobre sus propios ciudadanos. Lo han hecho muchas veces y lo pueden repetir. El ministro de Defensa alemán (Boris Pistorius) ha declarado recientemente: “El Bundeswehr (las fuerzas armadas) debe subir en el poder”. Para no perder el tiempo, ya han creado un fondo especial de 100.000 millones de euros para inversiones en este capítulo. Y a esta corriente se han apuntado todos, incluidos “los Verdes”, que nacieron tras los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta y cuyo programa político tenía cuatro ejes: pacifismo anti OTAN, feminismo, ecología y desnuclearización. Hoy son más beligerantes que nadie, con líderes como Annalena Baerbock, que fue ministra de Asuntos Exteriores de Alemania (en coalición con los socialdemócratas), apoyó los bombardeos de Serbia por parte de la OTAN en el conflicto balcánico y es una entusiasta en favor de ampliar los recursos militares y fomentar la guerra de Ucrania contra la República Rusa. Como apunta muy bien Adrián Zelaia, en Occidente ya no hay matices. Todos son miembros de un “partido único”, elitista, reaccionario, militarista, promotor de la cultura “woke” y profundamente anti-ruso.
Solo cabe añadir las conclusiones sacadas del largo discurso en el que la señora Ursula Von der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea, daba cuentas de su mandato. En él encontramos piezas de corte llamativo, como cuando dijo que “Europa está en plena batalla, una lucha por la paz en todo un continente… una lucha por nuestro futuro” o cuando avanzó “un nuevo semestre europeo de Defensa y una hoja de ruta clara para la guerra del 2030”. Ya sabemos quién es “el malo”.
Pero quizás lo más preocupante, tema al que se le ha prestado escasa atención, fue cuando propuso la creación de “nuevas herramientas para hacer cumplir el Estado de Derecho y combatir la manipulación de la información y la desinformación”. Algunos ya sabemos lo que esto significa: la represión pura y dura de cualquier indicio de espíritu crítico. Goebbels y Himmler, los jerarcas nazis más próximos al führer, fueron maestros en estos menesteres.
El futuro que nos anuncian es el de una Europa cada vez más violenta, intolerante y autoritaria. Y una sociedad militarizada como ésta es la ruta ideal hacia el fascismo.









