EL GRAN TINGLADO DEL VATICANO | per Alfons Durà | 22/04/2025
Como acostumbra a ocurrir en casos similares, la muerte anunciada del Papa Francisco ha despertado la máxima expectación entre las élites políticas y económicas mundiales, que se han apresurado a expresar sus falsas y obligadas condolencias y a alabar su dilatada tarea como autoridad máxima y suprema de los creyentes de la religión Católica, unos creyentes que suman la más que notable cifra de 1.300 millones de personas.
Muchos creyentes, muchos votos, mucho interés.
Los medios de comunicación se han apuntado al evento con grandes reportajes sobre la vida del fallecido, los rituales ligados a su entierro, los protocolos para elegir a un nuevo Papa. Todo muy folklórico. Y esto a pesar de que todo lo que concierne al Vaticano como centro de poder merecería especial atención. Imagino que prefieren ignorarlo. No es políticamente correcto profundizar en ello.
Como no es nuestro caso, vamos a dar algunas pistas sobre lo que hay detrás de un credo religioso que mueve miles de millones de dólares y que mantiene una sospechosa opacidad. Una opacidad bien tejida mediante una estructura de poder unipersonal (como ocurre en algunas monarquías árabes de Oriente Medio), que además cuenta con el soporte de una superestructura ideológica que considera al Papa como “el Vicario de Cristo en la tierra” y que como tal goza de “la infalibilidad” cuando hace declaraciones sobre temas de fe y moral.
Claro que en principio el dinero tiene una relación dudosa con la moralidad, pero ésta es una digresión que mejor no tener en cuenta.
Cuando el Papa Francisco –un jesuita progresista- inició su mandato en el 2013, trató de mover alguna pieza en el rompecabezas financiero del Vaticano, pero con poca suerte. Su voluntad era reorganizar el área financiera (que es donde está el poder real) para que la Iglesia fuera más transparente y se ajustara a los estándares y prácticas financieras aceptadas internacionalmente. Situó al frente al cardenal australiano George Pell, pero éste al poco tiempo tuvo que dimitir y regresar a Australia para defenderse de un presunto delito de pederastia allí ocurrido. A Pell lo sustituyó en 2020 un jesuita (Juan Antonio Guerrero), economista y teólogo, que presentó su dimisión por motivos de salud a finales del 2022, no sin antes expresar sus quejas por los bloqueos con los que la burocracia vaticana impedía su voluntad de abrir las cuentas del Estado. El sucesor y actual responsable (Maximino Caballero) es también economista y master en Administración de Empresas, y estuvo colaborando con Antonio Guerrero desde el inicio de su nombramiento. En este caso las finanzas están en manos de un lego, aunque no es la primera vez. Veremos qué ocurre ahora.
Porque la historia del Estado vaticano está llena de zonas oscuras, que en ocasiones se asemeja a un holding capitalista con especiales privilegios. De hecho es un Estado soberano, con sus embajadas –que denominan nunciaturas apostólicas– en 180 países y su presencia como observador en las Naciones Unidas.
Desde sus orígenes hasta mediados del siglo XIX el Vaticano fue un Estado semifeudal, con grandes intereses en la zona central de Italia y que competía con otras naciones con objetivos de dominio y posesión. Siempre estuvo rodeado de un llamativo boato, que al parecer servía para asegurar la fidelidad de sus adictos. Sus ingresos procedían del cultivo de sus tierras, del arriendo de sus propiedades, de las donaciones de sus feligreses y de las denominadas “indulgencias” (un ingenioso invento del siglo VI) mediante el cual y previo pago de una cantidad de dinero (mayor o menor en función de la gravedad del “pecado”) te eximían de las penas de carácter temporal que de otro modo los fieles deberían purgar en su vida terrenal o en el purgatorio tras la muerte. Así y todo, los gastos siempre eran superiores a los ingresos. Por eso el Vaticano tuvo que acudir a la banca Rothschild (propiedad de una acaudalada familia judía) en varias ocasiones, hasta que ésta quedó establecida como la banca oficial del Papa. Y no es que a los líderes vaticanos (el Papa y la curia) les gustaran los Rothschild, pero si apreciaban su dinero. Tuvieron que sortear ciertos prejuicios sobre la usura, pero lo hicieron con facilidad.
1870 fue un momento complicado para el Vaticano, cuando las corrientes nacionalistas luchaban para unificar el país italiano. Redujeron su territorio de dominio. Si el Estado sobrevivió fue gracias a las aportaciones de sus millones de fieles. El Papa se autodeclaró prisionero del gobierno italiano y despertó un sentimiento de apoyo y solidaridad. Hay que reconocer que son unos artistas en estos menesteres.
Luego fue Mussolini, el líder fascista, quien los salvó de la quiebra. Fue una decisión de “Realpolitik”, pues Mussolini sabía que los italianos eran católicos, aunque no fueran practicantes. En 1929 firmó con el Vaticano los “Pactos Lateranos” en los que reconocía la neutralidad y soberanía del Estado. En ellos se declaraba al Papa como un ser “sagrado e inviolable”. Una nueva ley declaró obligatoria la religión católica en la educación. Las festividades de la Iglesia fueron consideradas festividades nacionales y los clérigos fueron eximidos de obligaciones militares. Las confiscaciones anteriores fueron compensadas generosamente (unos 1.600 millones de dólares a valor actual). Era mucho dinero y el Papa Pio XI buscó a alguien que pudiera manejar este capital. El elegido fue Bernardino Nogara, un civil con experiencia en el mundo financiero, de probada religiosidad. Nogara puso orden, fijó presupuestos, estableció cuentas separadas para cada capítulo e invirtió fuera del país, sobre todo en empresas norteamericanas de primer orden, terrenos y propiedades en el Reino Unido, bonos del Tesoro, empresas eléctricas, etc. Multiplicó las ganancias.
En marzo de 1939 fue elegido un nuevo Papa (Pío XII), que había sido nuncio apostólico en la Alemania de mediados del treinta. Nogara siguió regentando los bienes, procurando que sus inversiones (en plena II Guerra Mundial) se equilibraran entre las partes contendientes. Fue muy hábil y esquivó las restricciones impuestas por cada uno de ellos, evitando caer en la lista negra. Se declaró neutral, como Suiza y Suecia. El Banco Vaticano (conocido como el Instituto per le Opere di Religione / IOR) era su unidad central, que tenía la doble condición de ser el banco central de un Estado y un banco comercial operativo. Por eso muchos ricos depositaron allí sus fortunas durante la guerra. No fue auditado hasta el año 2.000 ya que, de acuerdo con la tradición, sus archivos habían sido destruidos cada diez años. Recibieron las críticas de los medios independientes (siempre escasos), pero mantuvieron su silencio. Cuando Nogara se retiró (1950), el banco era el refugio seguro del dinero sucio de la Mafia. Era un paraíso fiscal en un país pretendidamente democrático.
Luego la cosa fue a peor. Le sucedió Michele Sindona (“el banquero de Dios”), que acabó en la cárcel por fraude financiero, siendo allí mismo asesinado por encargo. En 1970 el Papa eligió para el puesto a monseñor Paul Marcinkus, que no tenía ningún tipo de formación para regentar este órdago. Era incapaz, según decían sus allegados, de interpretar un balance. La cosa fue enredándose, con inversiones en paraísos fiscales declarados, como Panamá, Bahamas, Liechtenstein, etc. Al final dimitió y al poco tiempo fue sometido a una investigación criminal, aunque el Vaticano se negó a extraditarlo. Marcinkus se vio envuelto en otro gran caso de corrupción, en el que se cruzó intereses con Sidona y con Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano (el principal banco privado de Italia en aquel momento), que acabó con un supuesto suicidio de este último en un puente de Londres. El contencioso se resolvió después de que el banco Vaticano pagara 244 millones de dólares como “contribución voluntaria” a reparar el fraude generalizado del IOR.
Pero el estilo no cambió y siguió la ocultación sistemática de las operaciones. A primeros del 2000, el Estado vaticano firmó un acuerdo con la Comunidad Europea para el uso del euro como moneda común, aunque no quedó sujeto a las estrictas obligaciones del resto de los miembros sobre “lavado de dinero”, fraude, falsificación, etc. En 2009 aceptó unas nuevas exigencias y en el 2012 los reguladores pudieron analizar los libros contables, donde identificaron 33.000 cuentas y unos 8.300 millones de dólares en activos.
Más tarde apareció el Papa Francisco cargado de buenas intenciones pero, como ya hemos comentado al principio, con escaso éxito.
Ésta es la cruda realidad. Que el humo sea blanco o negro es puro divertimento para confundir al vulgo. Es la simple escenificación de un cambio de liderazgo.
Y es que el Vaticano no puede dejar de ser, por encima de todo, un gran tinglado.