Ahora que ya estamos en período pre-electoral se han disparado los esfínteres de los políticos, en particular los de los distintos candidatos que se presentan por los partidos o cosas similares, así como los de la pléyade de cortesanos que los rodean. Con algunas dignas excepciones, atacan a la yugular de sus adversarios y/o competidores. Ni que decir tiene que los más barriobajeros (como ese turbio ente autocalificado de “Ciudadanos”, inventado por el sector más reaccionario de la patronal para luchar zafiamente contra el independentismo catalán) descienden con sus mensajes a los infiernos de la procacidad y del mal gusto. Esperamos y deseamos que en esta ocasión desaparezcan definitivamente del espectro político, aunque no tienen por qué preocuparse pues los que los financiaron los colocarán rápidamente en el sector privado, como han hecho ya con algunos y algunas de ellos, por muy inútiles que sean.
El resto se reparte piropos, donde se cruzan conceptos de variada procedencia. En este repertorio tenemos las etiquetas tradicionales (derecha e izquierda), pero también algunas de fuentes antropológicas (racismo, supremacismo), del campo filosófico (liberalismo), del terreno político (autoritarismo, totalitarismo) y de lo que usted quiera añadir. Lo más interesante es que detrás de la etiqueta hay la voluntad de insultar, no de situar al adversario / competidor, lo que produce un mayor grado de confusión entre la masa amorfa de electores que no saben realmente a quien votar. No incluimos aquí a los electores / militantes vinculados a los partidos, que viven de los presupuestos del Estado (o sea del dinero de los contribuyentes) y que desgraciadamente cada vez son más.
La Sociología lleva mucho tiempo tratando de aclarar todo esto, pero lo tiene difícil porque los medios, la mayor parte indocumentados, dominan el espacio de la comunicación (televisión, radio, prensa) y utilizan los estereotipos que les convienen, según los intereses que defienden.
Trataremos de echar una mano empezando por la distinción más sencilla, que es la que enfrenta (es un decir) la derecha a la izquierda. Y uno de los mejores analistas de este espectro fue el maestro Norberto Bobbio, que resumió su propuesta en el libro “Derecha e izquierda”, publicado en 1994, cinco años después de la caída del muro de Berlín. Señalamos la fecha porque tras la desaparición de la Unión Soviética y la liquidación del llamado “socialismo real”, los valores sociales y políticos dieron un vuelco.
Todos ya sabemos que el origen de la dicotomía derecha-izquierda fue azaroso, ya que se debió a la ubicación de los realistas y de los no realistas en la Asamblea Nacional Constituyente, tras la toma de la Bastilla en la Francia del siglo XVIII (1789). A la derecha se sentaban los partidarios del “Antiguo Régimen” (el viejo orden), que defendían los derechos de la Corona y de la aristocracia, y a la izquierda los “comunes”, que apoyaban el republicanismo, el secularismo y las libertades civiles. Detrás de los “comunes” estaba la incipiente burguesía, que defendía el comercio y la libertad de mercado. Con esta base de partida se fueron polarizando y distanciando las posiciones políticas y su cuadro de valores.
Para la derecha los valores esenciales eran el conservadurismo, el nacionalismo, la autoridad, el orden jerárquico, la tradición, el militarismo y la confesionalidad. Para la izquierda los valores nucleares eran el internacionalismo, la igualdad social, la solidaridad, el pluralismo, la laicidad del Estado y la justicia social. La libertad era compartida por ambos pero con matices. Para la derecha la libertad incluía preferentemente la libertad de la propiedad.
Todos esos valores proceden de las seis grandes ideologías nacidas entre los siglos XIX y XX. Tres de ellas son clásicas (el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo científico) y tres son románticas (el anarco-libertarismo, el fascismo y el tradicionalismo). Son de derechas dos ideologías románticas (el tradicionalismo y el fascismo) y una clásica (el conservadurismo). Son de izquierdas una romántica (el anarco-libertarismo) y una clásica (el socialismo científico). La última clásica (el liberalismo) es de derechas o de izquierdas según los contextos.
Bobbio fue más lejos y cruzó dos de las variables más representativas: la libertad y la igualdad, lo que le permitió crear cuatro espacios políticos, según la mayor o menor intensidad de cada variable. Veamos cómo lo describe el autor:
▪ En el centro-derecha están las doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no igualitarios, dentro de los cuales se incluyen los partidos conservadores que se distinguen de las derechas reaccionarias por su fidelidad al método democrático, pero que con respecto al ideal de igualdad, se afirman y se detienen en la igualdad frente a la ley, que implica únicamente el deber por parte del juez de aplicar las leyes de una manera imparcial.
▪ En la extrema derecha tenemos las doctrinas y movimientos antiliberales y anti igualitarios, sobre los que creo que es superfluo señalar ejemplos históricos bien conocidos como el fascismo y el nazismo.
▪ En el centro izquierda hay las doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y libertarios, a los que hoy podríamos aplicar la expresión “socialismo liberal”, incluyendo en ella a todos los partidos socialdemócratas, incluso en sus diferentes praxis políticas.
▪ En la extrema izquierda están los movimientos a la vez igualitarios y autoritarios, de los cuales el ejemplo histórico más importante, tanto que se ha convertido en una categoría abstracta susceptible de ser aplicada a períodos y a situaciones históricas distintas, es el jacobinismo.
Bobbio, que era un hombre inteligente y cultivado, ya no se refirió al comunismo, que sin duda situaría en la franja “extrema izquierda” (porque ya no ejercía) e introdujo el “jacobinismo”, cuyo signo más distintivo es la defensa a ultranza del centralismo del Estado. Bobbio no podía imaginar que el “jacobinismo” se acabaría imponiendo en todo el espectro, desde la derecha más reaccionaria a la izquierda seudo democrática. Y como buen ejemplo tenemos el caso del Estado español, donde su presencia es dominante Bobbio no estuvo solo en sus análisis, con un importante precedente en la figura de Hans Eysenck, un psicólogo británico de origen alemán que presentó en los cincuenta del siglo pasado su teoría de la personalidad, que luego extendió al ámbito político, con sus dimensiones “factor R” (radicalismo) y “factor T” (mentalidad tierna). Eysenck pensaba que había algo esencialmente similar entre el fascismo de los nazis y el comunismo, y esa similitud no quedaba reflejada en otros análisis. Por eso sus variables fueron diferentes. Cruzó el eje “autoritario-democrático” con el eje “radical-conservador”. Los comunistas y los nazis eran de “mente dura”, en tanto que el resto eran de “mente blanda”.
Otra aportación interesante fue la de David Nolan, politólogo y activista libertario norteamericano que propuso el llamado “gráfico de Nolan”, en el que diferenciaba la libertad económica de la libertad social para completar el esquema derecha-izquierda. Su modelo es multidimensional. En el bloque central está el “centrismo”. Arriba el “libertarismo” y abajo el “autoritarismo”. A la izquierda están los liberales y a la derecha los conservadores. Esto constituye un cuadro cerrado, pero en la periferia están la derecha y la izquierda tradicionales. Nolan tenía razón; hay libertarios de derechas que son conservadores, en tanto que los hay de izquierdas que son liberales.
Nos paramos aquí pero podríamos ir muy lejos. Nuestra conclusión es que en la sociedad actual resulta muy difícil identificar los valores que se ocultan detrás de los programas de los partidos políticos, quizás porque ellos mismos no saben cuáles de verdad tienen en cartera. Lo que sí podemos señalar es que hay una tendencia a los valores del “antiguo régimen”, al autoritarismo, al pensamiento conservador, al centralismo, al estatismo y a la intolerancia, todo ello muy lejos del modelo democrático, que con todas sus fisuras, que las tiene, continúa siendo el mejor de lo que el mercado ofrece. En sociedad se presentan todos como “centristas”, un concepto engañoso que en política tiene un carácter melifluo.
Y ahora con objeto de acabar de redondear el análisis vamos a hacer una rápida referencia a los epítetos o adjetivos valorativos más utilizados en la actualidad para descalificar a los oponentes políticos. Por ejemplo:
▪ “Eres un fascista”. El fascismo fue un movimiento político de masas que lideró en Italia Benito Mussolini y que ya vimos en Bobbio que podemos considerar una corriente romántica, autoritaria, militarista, conservadora y nacionalista que pone al Estado por encima de los ciudadanos. El fascismo apuesta por los liderazgos carismáticos.
▪ “Eres un racista”. El racismo es una discriminación hacia la gente basada en la raza o etnicidad. Considera que los humanos deben ser subdivididos en distintos grupos según sus capacidades, y ordenados entre razas superiores e inferiores. El supremacismo, la xenofobia, la segregación son expresiones racistas. El colonialismo practicado por los imperios europeos (español, británico, francés, etc.) es racista y ha dejado un buen poso. El tráfico de esclavos fue racista. El segregacionismo norteamericano es racista. El apartheid sudafricano fue racista. El racismo no es argumentar que tú eres diferente (que probablemente lo eres) sino que eres superior.
▪ “Eres un supremacista”. Asociado al racismo. Expresión decimonónica que algunos lectores de novela romántica barata se han sacado de la manga. Es un insulto rebote, pues muchas veces quien lo usa contra un tercero es porque se cree superior. Palabra casi descatalogada.
▪ “Eres un nazi”. Sumatorio de varios epítetos anteriores. Eres racista, fascista, supremacista. Todo en grado extremo. El fondo dominante es la irracionalidad. Se asocia a la Alemania hitleriana. Implica violencia total. Sacraliza el mando único.
▪ “Eres un populista”. Menos usado que los anteriores por no saberlo interpretar. De hecho el populista en origen pretende establecer una relación directa con el pueblo (lo que no estaría mal) pero lo hace de forma demagógica y manipuladora para saltarse los estamentos democráticos existentes. Juega con gestos grandilocuentes, solemnes obviedades y estímulos a la visceralidad. El riesgo del populismo es que linda con el fascismo.
▪ “Eres un autoritario”. Impones tu voluntad personal sobre el pensamiento y conducta de los demás. Exiges una sumisión ciega por un concepto enfermizo de la autoridad. Si alcanzas el poder no entras en la vida personal de cada uno, siempre y cuando no afecte a tu visión política.
▪ “Eres un totalitario”. No se usa como expresión personal, pero si aparece referido a gobiernos o Estados totalitarios. El “totalitarismo” es una forma de gobierno que intenta ejercer un control “total” sobre la vida de los ciudadanos a través de la coacción y la represión. En esto es diferente al autoritarismo. No deja el mínimo espacio a la libertad personal. El islamismo, en su corriente más dominante, es totalitario. Impone como has de vestir, que has de comer, cuando y donde has de rezar, con quien te debes juntar, a quien y por qué has de rechazar, etc. Si alcanza el poder político se transforma en una teocracia.
▪ “Eres un neoliberal”. Es un epíteto corriente que suena a moderno pero que poca gente conoce en profundidad. Pretende descalificarte y nada más. El problema radica en que la raíz “el liberalismo”, que defiende por encima de todo la libertad (la personal y la colectiva) es un concepto polisémico. Tiene tantas acepciones como uno quiera asignar. Lo de “neo” es una interpretación, aunque de “nuevo” tiene bien poco. Hay que ser prudente con su uso y no meterse en terrenos resbaladizos si no se quiere hacer el ridículo.
Luego están las identificaciones clásicas que el votante ingenuo asocia a lo malo o a lo bueno, según su pobre escala de valores. Por ejemplo, si la derecha es mala, la extrema derecha debe ser muy mala o lo mismo referido a la izquierda. Si les preguntas después por que votan a una opción se harán eco de estas generalidades. Desgraciadamente la mayoría de los partidos políticos en todo el mundo tienen más similitudes que diferencias. Están constreñidos a una realidad única de naturaleza económica que los supera, llámese capitalismo de última generación o globalización. Son marcas que tratan de alcanzar cuotas de poder en función de lo que les exige el dueño del corral.
Y cuando de tanto en tanto se produce un atisbo de ruptura – como fue el caso de la voluntad catalana de independizarse y romper sus vínculos con España – saltan todas las alarmas y la teórica izquierda se hermana con la derecha, por reaccionaria que esta sea, para restaurar el viejo orden, utilizando todas las herramientas a su alcance: la violencia, la demagogia, la manipulación, la mentira, la infamia, el insulto. Es por ello que presumir de derechas o de izquierdas en este contexto es una falacia.
¿O es que alguien cree seriamente que EH-Bildu – que se autodefine como la izquierda pragmática – es muy diferente del conservador Partido Nacionalista Vasco? Son la misma cosa (un nacionalismo de juegos florales con el control de la caja), que nunca lucharán por la independencia porque ya les va bien así. El Estado español permite su excepcionalidad porque sabe que una vuelta atrás no le conviene a nadie. Ellos visten de etiqueta y quieren ser los únicos. Por eso tampoco les interesa que se abra el flanco independentista catalán, que podría a la larga perjudicarles. Los gestos de apoyo que dieron Esquerra y Junts a sus teóricos colegas ideológicos vascos son de vuelo gallináceo.
Ahora vendrán las elecciones autonómicas catalanas, que pueden tener un valor simbólico si los resultados son favorables a los independentistas, pero serán poco resolutivas. El eje es independencia sí o no. Si algún día se llega a la independencia será el momento de escuchar las propuestas de los partidos. Hablar ahora de mejoras en el sistema de financiación o de incrementar las partidas sociales es una auténtica tomadura de pelo. Y lo es porque en el más elemental concepto de gestión económica (de una persona, de una familia, de una nación) hay que cruzar los recursos en términos de ingresos y de gastos, y aquí los ingresos que generamos (con nuestros impuestos) son recaudados y custodiados por la “autoridad competente”, que luego nos los devuelve aminorados. Que tengas que endeudarte para cubrir parte de los gastos, porque tu vecino mete su mano en tu cartera de forma sistemática es propio de una república de bobos.
En esta liga que se avecina el frente independentista está formado por Esquerra Republicana, Junts-Puigdemont per Catalunya, CUP, Aliança Catalana, Alhora y Front Nacional de Catalunya. En este colectivo puede haber pluralidad de estrategias para alcanzar la meta, pero no veo fascistas, ni racistas, ni supremacistas, ni totalitarios, ni populistas. Son catalanes y basta. Todos respetables.
Y al otro lado del espectro están los partidos nacionalistas españoles capitaneados por el PSOE-Psc, el PP, Vox, Comuns-Sumar y Ciudadanos.
Hay que votar a conciencia para saber a qué atenerse y tener el suficiente criterio (y sé que es difícil visto el nivel de algunos de nuestros “líderes”), como para ser capaces de distinguir entre amigos y enemigos. Con los primeros debemos colaborar sin excluir a nadie, con los segundos no. No pongamos etiquetas entre nosotros. Dejemos a la “madre superiora” en paz. Para insultar ya están ellos. Que lo harán. Les va la marcha, sobre todo cuando se trata de Catalunya.